miércoles, 10 de septiembre de 2014

Hemerotecas


Hoy día todo se hace a través de interné, el medio es tan poderoso, que no hay escritor que se precie, que no consulte, mire o trabaje apoyándose en esta herramienta.
Sin embargo, el placer que da visitar una sala llena de libros o periódicos, sigue siendo eso: un placer. Esos libracos de prensa diaria, cosidos a una tapa para su mejor manejo, son una fuente atractiva de información. Forman parte de ese previo, inexcusable, de la novela, del relato, o de cualquier otra historia que nos traigamos entre manos.
“Cuando los bosques mueren” —cómo no— también tuvo sus orígenes entre las cuatro paredes de una sala dónde cada día nos encontrábamos los mismos, los que coincidimos en el espacio y el tiempo a la hora de preparar nuestros trabajos. Recuerdo en especial a un amigo —Salvador Pila Egea— que por aquel entonces preparaba lo que luego habría de ser su libro sobre esgrima “Los tiradores sevillanos en la prensa local”. Allí coincidimos, nos animábamos y nos emplazábamos para que en un futuro viésemos cumplidos nuestros deseos. También recuerdo con cariño a aquel empleado público que con tanta amabilidad me atendía en mis demandas a la hora de solicitarle tal o cual cantidad de ejemplares. Como siempre terminaba sacando alguna que otra fotocopia, el hombre, acabó facilitándome la tarea y si acaso se me escapaba alguna hoja relacionada con los incendios forestales, allí estaba él para que no quedase coja mi labor.
La digitalización llega también a la hemeroteca, amplía de manera extraordinaria las posibilidades del investigador, pero en este caso, las páginas de los periódicos fueron pasando ante mi atenta mirada, desplegadas en lo ancho de la mesa y esos son momentos que disfruté y viví con la ilusión que meses después se haría realidad.

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