martes, 26 de agosto de 2014

Editoriales


Recuerdo que en la década de los setenta, debido a las dificultades de publicación que teníamos, en España, la gente de a pié, reclamé, en la prensa escrita, un espacio público donde poder expresarse con libertad. Aún no había llegado interné, ni siquiera los ordenadores eran usuales, así que era el correo postal el que nos permitía a los ciudadanos llegar a los periódicos para contarles nuestras penas. La literatura quedaba para gente consagrada y en aquella especie de “Lotería de las Letras”, colocar un poema o un relato era poco menos que imposible. Recurrí a la sección de Cartas al Director para expresar mis pensamientos y a las revistas especializadas para tratar de colocar algún que otro texto más creativo. ¿Qué tiempos, verdad? Cómo han cambiado las cosas.
Ahora podemos estar en cualquier parte del mundo en un instante, contando aquello que nos apetezca y sin que ningún jefe de redacción  —sálvese quién pueda— interceda en nuestras intenciones. Las páginas webs, los blogs personales, los portales comunitarios y un sin fin de posibilidades se abren ante nuestro atónicos ojos.
En medio de todo esto, algo tan fundamental para los amantes de la escritura, como son las editoriales on line ha venido a rellenar ese hueco que por aquellos lejanos años reclamábamos. Hay de todo y, por tanto, es importante saber con quién nos jugamos los cuartos. Pero una vez superados los dubitativos comienzos y encontrado el lugar que se adecue a nuestras inquietudes, podemos ver realizados nuestros sueños de tener en nuestras manos una publicación digna o disponer de la posibilidad de bajarla a nuestro libro electrónico.
Las grandes editoriales están para los que están, pero para la inmensa mayoría de escritores, que estamos dispuestos a no darnos por vencido, el mundo ha cambiado en positivo, gracias a la aportación de los nuevos medios a nuestro alcance. A las pruebas me remito.

miércoles, 20 de agosto de 2014

Capítulo primero


Chus Arnao conocía muy bien aquel paraje. Una tarde tras otra del agotador verano de mil novecientos ochenta y uno, recalaba allí con su bicicleta, huyendo de los ronquidos de su padre que de manera meticulosa se quedaba dormido en el sofá de su casa tras terminar de comer y sin dar opción a realizar ningún tipo de ruido. Eran cuarenta minutos consagrados a la audición contemplativa de la vida de las termitas en las frondosas praderas del interior de las sillas del salón. Eso, o los ronquidos de su padre. Hasta que un día descubrió que era capaz de subirse en la bicicleta y desafiar a los cuarenta grados centígrados registrados en la sombra.
Así comienza el primer capítulo de este libro,  cuyo contenido sigue siendo actualidad, un verano más, para desdicha de los bosques, que es tanto como decir para desgracia de nosotros mismos y de aquellos otros que seguirán poblando nuestro hogar común, nuestra querida Tierra.