jueves, 17 de septiembre de 2015

La vida en llamas


El mes de agosto terminó en Orense con el desalojo de de varias casas debido a un incendio forestal, de los que parecía se iba a escapar este año Galicia. Veinte brigadas, nueve agentes forestales y un técnico, con trece camiones motobomba, dos palas mecánicas y la ayuda aérea de seis helicópteros y de nueve aviones, además de la Unidad Militar de Emergencias del Ejército. Aunque parezca que estamos entre las páginas del libro Cuando los bosques mueren, no es así, la información está sacada del periódico Diario de Sevilla, en su página 28.
Y en Sevilla, en El Ronquillo, por las mismas fechas se produjo de manera repetitiva un incendio, del que se investigan sus causas, aunque a nadie se le escapa sobre la intencionalidad del mismo. Y no es el primero, y mucho me temo que no será el último, mientras se siga sin darle importancia a estas locuras veraniegas, a que se nos haga costumbre, que es siempre el peligro de estos sucesos y otro de índole similar.
Mientras si y mientras no, el Parlamento andaluz tiene la intención de proponer a la Junta de Andalucía que se modifique la categoría de los trabajadores del dispositivo para la prevención y extinción de incendios forestales, o sea, que se les considere bomberos forestales. Y es de suponer que su tarea como tales abarcará a los 365 días del año, que es la única manera de olvidarse de la canción del verano, sin dejar de tener en cuenta —añado— que desde temprana edad se debe potenciar la cultura del bosque como elemento adjunto al cotidiano desarrollo del hombre como tal.
Por eso aplaudo la aparición en las pantallas de la película documental La vida en llamas y la iniciativa de la cadena Discovery Max para dejarnos ver como es el trabajo diario de esas personas que han de enfrentarse a los riesgos que supone controlar un incendio. Que sus mil horas de grabación —gracias David Beriain— sirvan para que consigamos acabar con las ganas de prender la mecha por el mero placer de hacer daño.