lunes, 28 de abril de 2014

Visto y oído

 Blog: La Escribana Pendolista

Hoy ha llegado a mis manos un sobrino "Cuando los bosques mueren". Es curioso recibirlo así, en forma de libro, con portada y contraportada -traje bautismal-, su tamaño de libro de verdad y sus hojas todas unidas, cuando mi recuerdo de él es el de la gestación, el embarazo, el parto y la primera revisión a ver cómo andaba la criatura de saludable y completa.
        Su autor, José Rodríguez Infante, Pepe para los contertulios y amigos, era, es compañero de una pequeña tertulia literaria que nació de los sinsabores de una escuela de escritura de cuyo nombre ninguno queremos acordarnos, más movida por la mercadotecnia que por el amor a la literatura. En nuestras tertulias semanales, a lo largo de meses, seguimos paso a paso a Pepe, pues allí nunca nos hemos dedicado a elucubrar sobre literatura sino a poner en común, modestamente, nuestros textos, nuestras dudas e ilusiones, nuestros proyectos y dificultades; allí hemos encontrado apoyo y opiniones, críticas y enhorabuenas, ánimos y cariño por la palabra que desea ser dicha por cada uno, respeto por ella y por la voz que la portaba.
           Por eso, como tertuliana y escribana de carpetas abandonadas, sé lo que cuesta escribir un libro. Os cuento. El padre de mi sobrino llegó una semana con la idea, semanas más adelante con la rumia de la idea y unas pocas líneas trazadas. No era novato, no lo es, ya tenía en sus cajones y en internet poemas, relatos y otra novela, por eso sabía los pasos con botas de muchos años de escritura: documentación, perfilar personajes, trazar una trama coherente... Durante meses, en su turno -pues hubiera producción o estancamiento, desánimo o constancia, todos los contertulios dábamos parte de la tarea literaria que traíamos entre manos-, Pepe nos contaba de sus estancias en la hemeroteca, de sus personajes, nos leía partes de capítulos, le daba vueltas al final y al principio...
               Hasta que un buen día, al cabo de muchos meses, la criatura apareció conformada en un taco de folios impresos en papel para reciclar, a la otra cara de ellos los errores y sobrantes de una cotidianidad. Y me pidió ese mes de julio que le revisara su manuscrito. En verano, en esta ciudad de calor plomizo y pertinaz cualquier ocupación que case un buen sillón con un ventilador es bienvenida ¿y cómo no lo iba a ser, aún más, leer el esfuerzo de meses de un compañero? Cumplí con su petición, me sumergí en su manuscrito horas y horas y se lo devolví con mis anotaciones. Ahí le perdí la pista al hijo de Pepe y, por motivos laborales, a nuestra tertulia y mis queridos tertulianos.
               Hace poco me llamó y me dijo que tenía un sobrino. Hoy ha venido a presentármelo, a dejármelo en casa para que lo disfrute y ahí está, jugando en la mesita baja con Fromm, NDiaye y Munro, hasta que me lo lleve de paseo en el autobús, juegue con él en el sofá y disfrute durante días de su carita de palabras enlazadas.
             Como dijo el poeta, nos queda la palabra: todos tenemos una voz que dice, que escribe, que pinta, esculpe o borda, que no debe callar. Pepe nos cuenta, esa es su voz.

viernes, 25 de abril de 2014

En la Carbonería


A comienzos de Abril, en un acto presentado en La Carbonería, la novela "Cuando los bosques mueren" tomó rumbo a Italia. Le acompañó su pariente "A la sombra de la Encina Gorda". ¡Feliz arribo!