martes, 2 de diciembre de 2014

Capítulo 5


Mari Carmen Alonso Lebrón, Carmela, había nacido hacía veintisiete años en Mimbreras, localidad serrana situada a noventa kilómetros de la capital de la provincia. Sus padres vivieron una posguerra de mendrugos de pan y achicoria removida con leche condensada. Ella fue la más pequeña de tres hermanos y la depositaria de la esperanza familiar en una vida lejos de la dependencia del campo. Por eso fue a la escuela mientras que el resto de los componentes de su familia, trabajaban donde podían. A su padre apenas lo trataba porque se llevaba en el campo todo el día, muchas noches no regresaba al pueblo porque tardaba tanto en llegar que permanecía en el monte incluso el tiempo necesario, hasta que se le agotaban las provisiones. El mayor de sus hermanos, le contaba su madre, era el fiel escudero de ese padre tan valeroso que siempre estaba luchando contra los dragones del hambre, cuando por las noches se sentaba en su cama alisando el cabello con una mano mientras con la otra gesticulaba como si sus dedos fuesen la tramoya del gran teatro del mundo.
Ana Lebrón, su madre, representaba para la pequeña Carmen un manantial continuo de sosegada dulzura.
—Toda la cara de mi Andrés –dijo el día que nació. Espero hija mía que tu futuro no tenga nada que ver con las calamidades que estamos pasando.
—Qué cosas tiene usted Ana!- contestó la matrona.
No me eches cuenta María, es la emoción, bien sabe Dios que así como he sacado adelante a sus hermanos, saldrá ella también
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