sábado, 17 de junio de 2017

Capítulo 16


         Así comienza el capítulo 16 de la novela Cuando los bosques mueren
Las noches junto al lago se suceden en aquel tórrido verano que parece no terminar nunca: Carmela indaga en la vida de su joven compañero, al tiempo que se pasan una pava de hachís:
-Un día me dijiste que habías tenido novia en Macegoso.
-Novia, novia –dice Chus algo místico.
-¡Anda no seas tonto, cuéntamelo! Quiero conocerte a fondo.
-Bella tuvo en mí la importancia de ese primer amor por el que todos hemos pasado y que se nos graba de manera singular, pero si lo quieres entender bien, déjame que te diga, que aquel año en que la conocí las cosas por mi casa estaban muy mal. Mi padre era un manojo de nervios con la muerte de Franco y no había quien lo aguantara, ¿qué pasará ahora, mi brigada? –le pregunta Gutierrez-, cualquier cosa porque no hay nadie con dos cojones en este país para poner a cada cual en su sitio. Yo estaba aún en el colegio –creo que fue mi último año- y mi padre cargaba sobre mí todas sus frustraciones de marido sin esposa, de temor por la incertidumbre política y del ordeno y mando que nunca dejaba colgado en la percha del Cuartel, tú sigue así Jesús, que te estoy viendo barriendo las calles o recogiendo la mierda de los demás en cualquier servicio. Era su cantinela un día sí, otro no. Yo tenía quince años, lo sé porque le compuse a Bella un poema que se titulaba “¡Ay de los quince años!”. Necesitaba agarrarme a algo sólido, que diese un poco de sentido a mi existencia. Ese mamón me amargaba, ¡me costaba tanto acudir cada día al colegio! Y no es porque no me llevase bien con la gente o tuviese problemas serios con nadie ¡no era eso! Se trataba de la paliza que me daba en casa con las notas, con el futuro, con la Guardia Civil, con la paz del Señor y su Santísima Madre. Chascajavas me decía:
— ¡Quillo no seas gilipollas!¿Y qué vas a hacer fuera del colegio?
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